El mismo neurotransmisor que nos sacia en las comidas es el culpable de que el prurito contraataque. Ya que hay que convivir con él, conozcámoslo bien.

Tirando del refranero popular: comer y rascar todo es empezar. Por mucho que uno intente contenerse cuando le pica, una vez que nos abandonamos al rascado hay que prepararse para estar un buen rato, porque, lejos de calmarnos, la mayor parte de las veces el picor continúa e incluso con más intensidad. Esto no es ningún expediente X ni un fenómeno aislado. De hecho, hay científicos que han estudiado por qué sucede y han dado con la tecla del asunto. El picor es una sensación molesta, que crea disconformidad y que tradicionalmente se ha asociado con el dolor. Sin embargo, investigaciones recientes han concluido que el prurito se debe, en realidad, a un proceso neurológico.

La sensación comienza por una alteración externa: es la respuesta de la piel a algo que la irrita o produce alergia. Así, esta señal llega al cerebro, generando el escozor. Ante el picor, el efecto de rascado crea inflamación y un cierto dolor que engaña al sistema nervioso y lo calma. Al rascarse en la epidermis (capa externa de la piel), se bloquean las terminaciones nerviosas que han mandado la información del prurito a la médula espinal. Pero lo que en un principio parece que ha funcionado al reducir la sensación de picor… es una burda mentira.

Un equipo de investigadores de la Universidad de San Luis en Estados Unidos, liderado por el doctor Zhou-Feng Chen, se puso manos a la obra y publicó sus resultados en la revista Cell. El hecho de rascarse inflama la piel y provoca que vuelva el dolor. Incluso con más fuerza. ¿Cómo? Al generarse, tras el bloqueo de las terminaciones nerviosas, una cantidad mayor de serotonina, el neurotransmisor que envía al cerebro la señal de dolor. Conclusión: al rascar, no solo erosionamos la piel, como indica Merino, sino que alimentamos el mensaje de malestar (y picor) que percibe nuestro cerebro. Los científicos lo comprobaron con ratones, en los que, tras reducir los niveles de serotonina, el picor desaparecía. Sin embargo, la biomolécula no se puede eliminar del organismo humano, porque regula funciones tales como la temperatura del cuerpo, el deseo sexual o la sensación de saciedad al comer.

Buscando las causas

Entendemos que es prácticamente imposible no rascarse en determinadas ocasiones. “Hay quienes pasan auténticos calvarios. Es fácil decirle a alguien que no se frote, pero a veces tenemos que ponerles oclusivos, es decir, vendarles la zona tras aplicar el tratamiento para que no lo hagan, pues es la única manera de que funcione, sobre todo en pacientes pediátricos. Hay un gran arsenal terapéutico para el picor, pero lo primero es ir al foco del problema y tratar la etiología”, admite Merino.

Entre los principales trastornos que provocan picor, está la dermatitis atópica, una enfermedad que ha experimentado un crecimiento exponencial en los últimos años. Afecta al 10% de la población mundial (más niños que adultos) y, durante los últimos 30 años, el número de casos ha aumentado en un 200% o 300%. La AEDV, en colaboración con los laboratorios Eucerin, lanzó, recientemente, la campaña Practica la Contra-Atopía, para educar a padres e hijos frente a este patología de crecimiento exponencial en los países industrializados. “No se conoce el origen ni las causas, pero hay factores genéticos, inmunológicos y ambientales que ayudan a desencadenar los brotes; las ciudades con un alto nivel de contaminación tienen mayor incidencia de dermatitis atópica que en el medio rural”, asevera el doctor Juan Arenas, asesor médico de los mencionados laboratorios. La urticaria, las picaduras de insectos, el picor de cabeza, de ojos o en la zona vulvar, son otros de los trastornos asociados al prurito.