Probablemente, no haya nadie en el mundo que no se haya llevado algún buen susto matutino al encontrarse frente al espejo un rostro distorsionado por bolsas y ojeras. Y no, no implica obligatoriamente que detrás haya una noche en blanco, sea por buenas o malas razones.
La piel del contorno de los ojos es la más frágil y susceptible de la geografía cutánea. Las cifras no engañan. El espesor medio de esa capa de la dermis es de entre 300 y 800 micras, según la Asociación Española de Dermatología y Venereología (AEDV). Esto es, cinco veces más fina que la del resto del rostro, que a su vez, es cinco veces más fina que la del cuerpo. En milímetros, no llega a los 0,5. Además, tiene una menor cantidad de fibras de colágeno, elastina y glándulas sebáceas, según la misma fuente. En el contorno ocular hay 22 músculos periorbitales que están en continuo movimiento, por lo que, amén de delicada, es una piel que se distiende con facilidad.
En la formación de las bolsas y las ojeras están implicados, en primer lugar, los factores genéticos, según el Centro para la Dermatología de Washington. Pero antes de indagar en sus causas, hay que distinguir entre ambas manifestaciones. La cosmética las suele meter en el mismo saco. Cualquier producto destinado a esta zona del rostro une los términos “antibolsas y antiojeras”; y, en efecto, determinados ungüentos se atreven a combatir los dos problemas. Sin embargo, su origen es diferente.
Ojeras. El lado oscuro. Como explica la doctora Almudena Royo, médico estético del Instituto Médico Láser, “las ojeras aparecen por la disposición anatómica del seno venoso de la zona [área que rodea el ojo: el factor hereditario]”. Se trata, pues, de una disposición morfológica especial, que sumada a una piel tan fina (casi transparente), deja ver la acumulación de sangre, oscureciendo la zona». La falta de hierro también contribuye a su formación, pues esta deficiencia resulta en una pobre oxigenación de los tejidos, hecho que contribuye a la creación de coágulos en los vasos sanguíneos que existen en la zona ocular. Ante esta carencia, la Fundación Española del Corazón recomienda el consumo de carnes rojas, yema de huevo, verduras de hoja o cítricos. A la genética y la falta de hierro, la doctora María José Alonso, dermatóloga de la AEDV, añade una tercera causa determinante: «La pérdida de volumen de la grasa que hay alrededor de los ojos (grasa periorbital) conlleva la aparición de surcos más oscuros, pigmenta la zona, aumenta la laxitud del párpado y da lugar a ojeras”. En cuarto y quinto lugar, aunque no por orden de importancia, se encuentran la falta de sueño (que dilata los vasos sanguíneos) y la edad (pues la piel se afina con el envejecimiento, como explica el doctor Manuel Ángel Rodríguez Prieto, jefe de servicio de Dermatología del Hospital del Complejo Asistencial Universitario de León).