“No vacunar a los niños daña las reservas de inmunidad de la sociedad”
Desde que un hijo saca su cabeza al mundo cuidarlo trasciende una cuestión de salud. Es una cuestión filosófica. Millones de personas murieron a lo largo de los siglos porque la violencia de virus y bacterias superaban las posibilidades al alcance de los humanos. Fue la ciencia y sus hombres geniales quienes a lo largo de los siglos entregaron la posibilidad de una salud mejor y una vida confortable a través de las vacunas. De manera insólita están apareciendo grupos activistas antivacunas en muchos lugares del mundo y especialmente en los estados ricos de los Estados Unidos. Tienen un predicamento poderoso en su pelea con la ciencia: las vacunas introducen en el cuerpo elementos dañinos que producen efectos colaterales peligrosos.
Cuando un chico no es vacunado corta la cadena de inmunidad de la sociedad y ese es el final anunciado. Hace pocos días en Olot, España, un hijo de militantes antivacunas murió de difteria. Diez niños de su entorno están contagiados. Los padres lloran y se sienten engañados por esos grupos elitistas. Ponerse contra la ciencia sin el aval de la ciencia es peligroso. Le costó mucho a cada estudioso, a cada estado y a cada comunidad lograr las vacunas y hacer el deber educativo necesario para salvar vidas. Que se sepa: el agua potable y las vacunas son el reaseguro contra las muertes prevenibles de nuestros niños. Ponerse del lado de la razón también.